El implante de dispositivos en nuestro cuerpo, desarrollado por terceros, presenta riesgos que no pueden pasar desapercibidos. Todo el diseño y programación de una tecnología está bajo una llave de seguridad, una llave que, en las manos incorrectas y con el control humano de por medio frente a ciberataques cada vez más frecuentes, puede generar catástrofes irreversibles. No hablamos de un ataque DDoS a su red social, página web o aplicación móvil favorita, hablamos de algo que el mismo Musk en 2017 calificó desde su perspectiva como “hackear el cuerpo humano” ¿Y qué pasaría si quienes “hackean” ese cuerpo humano son los incorrectos?
El transhumanismo es un movimiento que surgió en la década de los sesenta del siglo XX, basado en la especulación de que los seres humanos podrían llegar a convertirse en una raza superior mediante el uso de la tecnología. Más de medio siglo después, el transhumanismo ha dejado de ser simplemente una teoría escrita en papeles o representada en películas de ciencia ficción para convertirse en una realidad con la que ahora debemos convivir. Esto se hace evidente con la implantación de un chip de Neuralink, empresa asociada a Elon Musk, en el cerebro de una primera persona.
Si ya aquellos alquimistas del siglo XVI, escudriñadores de los escritos de Flamel y Paracelso, añoraban con reencontrar la fórmula para preparar el elixir que permitiera a algunos elegidos alcanzar la vida eterna y el conocimiento universal. Resulta que este lunes Neuralink, una empresa de neurotecnología, pudo llevar a cabo un de las hazañas que tiempo antes solo se veía como algo de ficción, no prepararon un elixir exactamente con tales cualidades como aquellos hombres de antaño lo hubieran querido, pero si fabricaron un chip que promete con más tiempo de desarrollo, acercarse al mismo objetivo, conseguir una vida un tanto más prolongado y, por qué no, también el conocimiento humano reunido en los registros de nuestra sociedad.
El chip del tamaño de una moneda llamado Telepatía, un nombre que ya nos adelanta una idea de lo que representa, por el momento solo se limita a rastrear la actividad cerebral para poder interpretarlos en órdenes y así promete poder ayudar a restaurar algunas funciones cerebrales dañadas por complicaciones médicas como accidentes vasculares o esclerosis lateral amiotrófica (ELA), que invalidan alguna parte del cuerpo y por ende se pierde la capacidad comunicativa.
Elon Musk, uno de los hombres más ricos e influyentes del mundo, con compañías bajo su poder como: Tesla, dedicada a la fabricación de autos eléctricos; SpaceX, empresa aeroespacial que busca llevar al primer hombre a Marte; Starlink, dedicado a la transmisión satelital de internet; X, la red social que le puso fin al pájaro azul de la censura; y Neuralink, empresa de biotecnología con enfoque en la neurotecnología dedicada al desarrollo de interfaces cerebro – ordenador (BCI), es un visionario para muchos. Es hasta el momento el hombre del siglo XXI que más se ha atrevido a dar avances en el campo tecnológico. En lo que nos concierne al tema de este artículo, Neuralink es una empresa que dio sus primeros pasos en 2016 contando entre su equipo a personal especializada en bioquímica, robótica, matemática aplica e instrumentación médica. En 2020 consiguieron implantar un microchip en el cerebro de una cerda para estimular su actividad con impulsos eléctricos que fueron monitorizados durante varios meses. En 2021 hicieron lo propio con un mono, al que enseñaron a jugar a videojuegos haciendo uso solo de su cerebro, aunque en 2023 la empresa fue acusada por un grupo de ética médica por la muerte de una docena de monos que habían sido parte del experimento.
Aquí es donde nuestro camino hacia lo que es y no es ético toma su punto de partida. El chip que no solo es capaz de monitorizar y estimular la actividad cerebral, sino que también trasmite los datos de manera inalámbrica a los ordenadores, presenta sus claroscuros en lo que a su implantación representa. Es cierto que nadie se opondría al uso de esta tecnología para mejorar la vida de los que padecen de ELA o devolver la capacidad de hablar, agarrar, caminar o sentir con un tacto artificial a quienes por alguna razón las han perdido, incluso desde varios años atrás, ya se venía usando los implantes cerebrales de grafeno para controlas la epilepsia.
Con el avance de la inteligencia artificial, el ser humano se vuelve cada vez más dependiente de su uso. Neuralink ha expresado abiertamente su intención de avanzar hacia una fusión con esta tecnología. ¿Es posible confiar nuestra actividad cerebral a esta tecnología para poder replicarla? ¿Estamos acaso cruzando los límites y entregando nuestro cerebro como un manual de instrucciones para que el que tiene el control de la tecnología tenga también el control sobre nosotros?
La IA es una tecnología muchas veces todavía incomprendida por la cada vez menos generación Boomer, mientras que las generaciones recientes, nativos digitales por consecuencia de Revolución Informática de los setenta, es mayormente inconsciente de lo que hay detrás de la herramienta que les facilita la vida, desconocen que cada entrada (prompt) que le brindan es un pedazo de información que va alimentando al ordenador sobre nuestra manera de vivir y pensar. Aunque parezca intrascendente el acto, contribuimos a que la tecnología vaya aprendiendo de nosotros y desarrolle una comunicación frente a nuestras necesidades.
El implante de dispositivos en nuestro cuerpo, desarrollado por terceros, presenta riesgos que no pueden pasar desapercibidos. Todo el diseño y programación de una tecnología está bajo una llave de seguridad, una llave que, en las manos incorrectas y con el control humano de por medio frente a ciberataques cada vez más frecuentes, puede generar catástrofes irreversibles. No hablamos de un ataque DDoS a su red social, página web o aplicación móvil favorita, hablamos de algo que el mismo Musk en 2017 calificó desde su perspectiva como “hackear el cuerpo humano” ¿Y qué pasaría si quienes “hackean” ese cuerpo humano son los incorrectos?
Neuralink no es la única empresa esmerada en el estudio de estas tecnologías, Synchron y Onwan, llevan ventajas en las pruebas con humanos, ya que permiten la navegación por ordenador junto con la marcha, el ciclismo y la natación. Los implantes BCI existen desde hace unos 20 años, con Blackrock Neurotech como pionera. Neuralink ofrece un dispositivo menos aparatoso y con una resolución mayor, con el impulso de la IA como vanguardia.
Pero en este tipo de historias no podrían faltar los siempre globalistas, aquellos con el ojo abierto viendo atentos a que nuevo talento o proyecto se le puede exprimir financieramente a costa de lo moral, en Silicon Valley tienen una frase para esto: “Si tu dios es el dinero, el transhumanismo es tu religión”. Grandes fondos de inversión comenzaron a concentrar esfuerzos en 2022 en una industria que según el índice Global Biohacking Market podría tener dentro de cuatro años un valor cercano a los 60.000 millones de euros.
La revista Time afirmaba en el 2011 que gracias a este tipo de tecnologías el ser humano sería capaz de no morir en 2045. Pero entonces ¿hacia dónde vamos con esta supuesta mejora? ¿El transhumanismo es la evolución o el fin de los que somos y entendemos por humanidad? Si es posible alcanzar la inmortalidad ¿nuestra existencia pierde el sentido de trascendencia que muchos creemos intuir? ¿Cuál es el fin? ¿Habremos cruzado la línea que nos lleva a una mejor vida a costa de perder nuestra independencia por ser mantenidos con un “vida” artificial? Las cuestiones son de todo tipo y vienen de todos lados, el camino sobre estos temas recién comienza a labrarse.