Si hablar de Stalin nos recuerda los Procesos de Moscú, las deportaciones en masa, el hambre, los poetas silenciados, los intelectuales humillados y ofendidos, y todo periodo de terror extremo. Resulta que Lenin no queda exento de estas sombras. En 1891, con más de 500.000 muertos en una de las peores hambrunas de Rusia, con un Lenin aún todavía fuera del poder, aseguró que el hambre tenía “numerosas consecuencias positivas”, según aleccionó a un amigo suyo: “Al destruir la atrasada economía campesina, el hambre, nos acerca objetivamente a nuestra meta final, el socialismo, etapa inmediatamente posterior al capitalismo. El hambre destruye no solamente la fe en el Zar, también en Dios”.
Vladimir Ilích Uliánov nació en Simbirsk, actual Uliánovsk, el 22 de abril de 1970; en el seno de una familia de clase acomodada que en su juventud terminaría por desacomodarse. Su padre, miembro de la nobleza funcionarial, muere en 1886; en 1887 muere en la horca su hermano Aleksandr, por querer matar al zar Alejandro III (Atentado de la Naródnaya Volya) por mor de la Voluntad del Pueblo (nombre que llevaba su grupo guerrillero). En ese mismo año, Volodia (hipocorístico de Vladimir) se matricula en la Universidad de Kazán del que tiempo después sería expulsado por formar parte de protestas menores y ser hermano de Aleksandr, es deportado a Kokushino; lee a Marx, se afilia a Voluntad del Pueblo, alimenta el odio y el resentimiento. Y en 1888 regresa de nuevo a casa.
Se licencia con honores en Derecho y ejerce muy poco tiempo de abogado. Eso no es lo suyo, lo suyo es la política y la revolución.
En 1900 se exilia y permanecerá así hasta 1905. En esos cinco años él adoptará el pseudónimo de Lenin (al parecer, inspirado por el río Lena ubicado al este de Siberia), escribirá su célebre ¿Qué hacer?, donde este fanático quemaherejes sentará las bases de esa megaheregía del marxismo conocida por marxismo-leninismo, y asistirá al histórico II Congreso del Partido Socialdemócrata Ruso, celebrado en Londres en 1903, donde sus ideas sobre cómo hacer la revolución generarán la división, posteriormente sangrienta, entre bolcheviques (la muy antigua) mayoría y mencheviques.
A este erudito siniestro, la Revolución de 1905 lo cogió desprevenido que no tuvo tiempo de parasitarla con sus ideas. También lo agarró por igual la Revolución de 1917 y la caída del zar. Según el historiador británico Paul Hohnson:
Lo que convirtió a Lenin en un gran actor en la escena de la historia no fue su comprensión de los procesos históricos, sino la rapidez y la energía con que aprovechó las oportunidades imprevistas que ella le ofrecía. En resumen, fue lo que según sus acusaciones eran sus antagonistas: un oportunista.
Se movía con rapidez en tiempos de turbulencia porque no tenía escrúpulos, piedad, humanidad. En 1891 estando en Samara, sin hacer nada positivo por la vida, se negó a participar en una campaña de ayuda a los hambrientos del lugar, que debieron ser una multitud, si consideramos que aquella fue una de las peores hambrunas de la historia rusa (entre 400.000 y 500.000 muertos), porque el hambre tenía “numerosas consecuencias positivas”, según aleccionó a un amigo y se recoge en el Libro negro del comunismo:
Al destruir la atrasada economía campesina, el hambre, explicaba, nos acerca objetivamente a nuestra meta final, el socialismo, etapa inmediatamente posterior al capitalismo. El hambre destruye no solamente la fe en el Zar, también en Dios.
Dios, que no acababa de morirse pese a las afrentas de Nietzsche, quería él, el hijo del devoto
El hambre de nuevo, pero ya con él en el poder y muchisimo peor, provocó por sus políticas criminales, la hambruna de 1921-22 afectando a 27 millones de personas, y mató a entre 3 y 5 millones. A continuación, un extracto de una carta que dirigió al Politburó el 19 de marzo de 1922 y citada en El libro negro del comunismo:
Tenemos noventa y nueve oportunidades sobre cien de golpear mortalmente al enemigo en la cabeza con un éxito total, y de ganar (...) posiciones (...) para las décadas futuras. Con tanta gente hambrienta que se alimenta de carne humana, con los caminos congestionados de centenares y de millares de cadáveres, ahora y solamente ahora podemos (y en consecuencia debemos) confiscar los bienes de la Iglesia con una energía feroz y despiadada. Precisamente ahora y solamente ahora la inmensa mayoría de las masas campesinas puede ayudarnos, o más exactamente, puede no estar en condiciones de apoyar a ese puñado de clericales y de pequeños burgueses reaccionarios (...) Todo indica que no alcanzaremos nuestro objetivo en otro momento, porque solamente la desesperación generada por el hambre puede acarrear una actitud benévola, o al menos neutra, de las masas hacia nosotros.
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”En febrero de 1919 se abrió ante Rusia el camino de la libertad. Rusia escogió a Lenin”, escribió Vasili Grossman en Todo Fluye. La frase es atractiva pero no es cierta. Rusia no escogió a Lenin. Lenin no alcanzó el poder por la voluntad popular sino por un golpe de estado, que asesinó en la cuna a la Libertad. (“Actualmente no hay país en el mundo tan libre como Rusia”, dijo en abril del decisivo año 17 el propio Lenin, como recuerda Christian Jelen en La ceguera voluntaria):
La intolerancia de Lenin, su perseverancia, su implacabilidad hacia todos aquellos que pensaban diferente a él, su desprecio por la libertad, el fanatismo de su fe, la crueldad para con sus enemigos, todo aquello que dio la victoria a la causa de Lenin había nacido y se había forjado en los abismos milenarios de la esclavitud rusa, de la no libertad rusa.
Lenin sabía que sólo podría imponerse mediante el terror, de ahí que enseguida (diciembre de 1917) creara la abominable Comisión Panrusa para el Combate de la Contrarrevolución y el Sabotaje, la Checa. Escribe Paul Johnson:
La policía secreta del zar, la Ojrana, había contado con 15.000 miembros, y esto la convertía en el mayor organismo (...) de su tipo en el viejo mundo. (...) tres años después de su creación, la Checa tenía una fuerza de 250.000 agentes de dedicación total. (...) Mientras los últimos zares habían ejecutado a un promedio de 17 personas por año (por toda suerte de delitos), para 1918-1919 la Checa promediaba 1.000 ejecuciones mensuales sólo por delitos políticos.
Se cifra en 200.000 el número de enemigos del Estado asesinados por la Checa, que de comisión extraordinaria pasó a ser Administración Política del Estado (GPU) en 1922. Lenin no es que amparar a la Checa, es que la protegía de las críticas de “una inteligencia limitada (…) incapaz de considerar el problema del terror desde una perspectiva más amplia”, recoge El libro negro del comunismo. Lo del terror como “problema” no fue un descuido, el terror no era tal sino la solución. El Camarada (Dimitri) Kursky, escribió a quien era comisario de Justicia en 1922. “Hay que plantear abiertamente el principio, justo políticamente (…), que motiva la esencia y la justificación del terror (…) El tribunal no debe suprimir el terror (…) sino fundamentarlo, legalizarlo en los principios claramente, sin disimular ni maquillar la verdad”.
El régimen zarista fusiló a 3.932 personas en los 92 años que median entre 1825 y 1917. El leninismo ya había rebasado esa cifra en marzo de 1918, esto es, sólo cuatro meses después de tomar el poder.
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La Primera Guerra Mundial le hizo ser quien fue, el primero de los dictadores totalitarios del siglo de la Megamuerte. Criticó la participación de Rusia, pero no por pacifismo sino por tacticismo. Él quería la guerra; pero no esa, no entre naciones, sino en el seno de las naciones. Y consiguió que Rusia, entre 1.7 y 3 millones de soldados y entre 1.5 y 3 millones de civiles muertos, se siguiera desangrando: la guerra civil (1918 - 1920) que desataron los bolcheviques se saldó con dos millones de soldados (de los ejércitos Blanco y Rojo) y dos millones de civiles muertos, y posiblemente otros dos millones de exiliados.
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Lenin no tuvo una muerte digna, tres infartos en dos años, el cuerpo paralizado y mudo, puede que por la sífilis que contrajo en París, como asegura la historiadora Helen Rappaport. Acabó amargado, rabioso por no poder seguir al frente; como Hitler, acusando todo el tiempo a su pueblo de no haber estado a la altura. El 15 de mayo de 1923 siguió los consejos de su médico y se mudó desde el Kremlin de Moscú a Gorki, donde se mantuvo hasta su muerte, el día 21 de enero de 1924. Contraviniendo sus deseos, lo embalsamaron y dejaron expuesto en el mausoleo de la Plaza Roja que lleva su nombre.
“Lenin murió. Pero el leninismo no murió”, escribió el periodista Vasili Grossman:
El poder conquistado por Lenin no se escapó de las manos del Partido. Los camaradas de Lenin, sus colaboradores, sus compañeros de lucha y sus discípulos continuaron su obra.